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Cuando Miguel me llamó para ir de Rebajas a la conocida cadena de Fast Fashion Raza no me hizo ninguna ilusión, ya hacía unos meses que no nos veíamos, justo des de que había empezado mi proyecto de fabricar quesos artesanales con leche ecológica de cabra. Y no era que no tuviese muchas ganas de charlar con mi mejor amigo pero lo de asistir en directo a la locura sin límite de la apertura de puertas el primer día de rebajas, eso traspasaba mis principios e ideales.

Miguel insistió e insistió, estaba decidido a demostrarme que Raza estaba dando un paso hacia la sostenibilidad y su nueva línea de ropa llamada «Eticus» cumplía punto por punto todos los criterios de ecología, comercio justo y justicia social por los cuales yo me movía des de hacía mucho tiempo. Buuuuf – le dije – Tengo que terminar los quesos de hoy, llevar a los niños con sus abuelos y luego pasaré a buscarte- anadí finalmente.

Cuando colgué el teléfono maldije a Miguel por ser tant insistente, él sabía que yo había abandonado mi trabajo de diseñador de ropa infantil en la otra gran multinacional I&N cuando me empecé a dar cuenta de que tras cada diseño que realizaba se escondían casos de explotación laboral en algún país tercer mundista, vertidos de productos químicos directamente a los ríos que producían una gran contaminación y mortaldad. Yo no puede aguantar eso, esa presión de saber que estás colaborando en esa miseria y te obligan a mirar al otro lado.

Fue en mi segundo viaje a Bangladesh cuando me di cuenta de eso, todo parecía estar en orden hasta que me llevaron al taller subcontratado por nuestro taller principal. Si en el primero las condiciones ya eran malas de por sí, con una calor insoportable y una ambiente irrespirable, allí la imagen era esperpéntica, la gente se amontonaba entre las máquinas que hacían un ruido insoportable, los gritos de los encargados pidiendo que los trabajadores fuesen más y más rápido te retumbaban en la cabeza cuando llevabas diez minutos allí. El olor a sudor se mezclaba con la de los productos químicos que utilizaban para teñir las camisetas que luegon serían vendidas a 6 € en cualquier capital europea o en Estados Unidos.

Pasando entre los estrechos pasillos empecé a oir gritos, un grito aterrador se oyó por toda la fábrica, a un chico de no más de 13 años se le había quedado enganchado el brazo en la máquina que se utiliza para plegar la ropa antes de empaquetarla. Sorprendentemente nadie corrió hacia él para ayudarle, miré hacia el encargado que tenía a mi lado y se limito a encoger los hombros y soltar –es sólo un chaval-. Le dejé allí y corrí hacia el chico, cuando llegué ya se había desmayado…tenía el brazo destrozado. El encargado me cogió por el antebrazo y me obligó a salir de la sala, no estaba autorizado a interaccionar con los trabajadores. Cuando salí alcancé a ver que habían permitido a los demás trabajadores a ayudar al pobre chico y yacía en el suelo inmóvil. Nunca supe nada más de ese chico por más que pregunté en mi empresa.

Ahí fue cuando decidí dejar ese trabajo y seguir una vida más acorde con mis principios de ecológica, ética y sostenibilidad. Lo dejé todo y nos fuimos mi mujer y nuestros dos hijos a vivir a una masia que mi tío había restaurado y nos dejó en herencia. Aún no sabía de que íbamos a vivir, o almenos qué iba a hacer yo allí, por suerte mi mujer tenía un despacho de psicología que funcionaba más que correctamente y nos permitía vivir dignamente, almenos durante un tiempo.

Para acompañar a Miguel decidí vestirme con mis mejores galas ecológicas, para hacer el contrapunto a las masas que irían a buscar la moda Fast Fashion, yo con pantalones Fox Fibre, polo Mandacarú y unas sandalias Nagore…nada más, algodón ecológico y comercio justo, me sentía orgulloso de ser así.

Continuará…

Escrito por:Biobuu blog

Living la vida slow

3 comentarios en “Mensaje en una etiqueta, de Barcelona a Bangladesh

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